¡Acabamos con el concepto de vocación profesional!

¡Acabamos con el concepto de vocación profesional!

¿Para qué estoy hecho? ¿Cuál es mi camino?

¿A ti también te obsesiona la idea de encontrar tu vocación profesional o la de tu hijo?

Hay que decir que entre las promesas fabulosas que alimentan la web y la montaña de herramientas que aseguran ayudarte a encontrar para lo que estás hecho, la vocación profesional se parece al Paraíso.

Encontrar la vocación de tu hijo y ayudarle a convertirla en una profesión parece ser el camino a seguir para que alcance su plena autorrealización, y tú la tuya para encontrar la FELICIDAD como padre. Muchos de nosotros pensamos o hemos pensado en algún momento así.

Pero, cuando nos ponemos a hablar con chicos un poco perdidos para elegir una carrera y a escucharlos, podemos darnos cuenta de que el concepto de vocación puede a veces traer más daños que beneficios.

Bajo este concepto seductor de vocación se esconden mandatos que pueden ir cargados de sentimientos (muy) desagradables para algunos. Entonces, ¿por qué la vocación es una trampa fascinante?

 

Para entender cómo la vocación se ha convertido en un concepto poderoso en el ámbito de la orientación, es necesario dar unos pasos atrás. Originalmente, la vocación era religiosa. Los religiosos la describen como una llamada, una misión de vida que recae sobre el individuo sin que éste la haya realmente buscado. Los profetas elegidos por Dios tienen entonces el deber de seguirla, de concretarla dedicando su vida a la predicación de la palabra divina.

Luego, con Voltaire, la vocación es ciertamente más voluntarista, pero permanece marcada por el mismo mandato. Según el filósofo, para acceder a la paz y la felicidad, tenemos el deber y la responsabilidad de buscar en el fondo de nuestro corazón las respuestas a preguntas como “¿Quién soy yo? ¿Qué puedo hacer con mi vida? ¿Qué voy a hacer para que mi vida tenga el máximo sentido?

A cada uno le corresponde entonces elegir una actividad, un trabajo que corresponda a su naturaleza profunda, a sus gustos.

Pero ¿cuántos han ejercido una profesión-vocación? Si preguntamos a generaciones anteriores, como la de nuestros abuelos, entendemos que el trabajo era visto más como un medio para satisfacer las necesidades básicas que como un medio para realizarse y encontrar sentido a la vida. Habrá que esperar a la llegada de la “Generación Y” al mercado laboral a partir de la década del 2000, para que la noción de trabajo realmente cambie.

El trabajo ahora debe rimar con significado, realización, equilibrio, placer y, sobre todo y por supuesto, con vocación. En pocas décadas, la búsqueda de una vocación profesional se ha convertido en un asunto de todos.

Pero, ¿qué entendemos por vocación? La respuesta está lejos de ser simple. Cuando lo comentas con compañeros de trabajo, amigos o en familia, algunos tienen una definición emocional y sensorial de ello (algo que uno siente en el estómago, el corazón que habla, hacer algo que tiene sentido…), mientras que otros tienen una visión más pragmática e intelectual (compromiso, interés, talento). Después de unas conversaciones con distintas personas, en distintos países, de distintas edades, me parece que la vocación puede encontrarse en algún lugar entre el talento y la pasión.

La idea que intentan transmitir muchos de los actores del desarrollo personal es que todos tenemos un talento, una pasión o un interés que destaca, y que, transformándolo en un trabajo, lograremos el éxito y una realización personal y profesional.

Para apoyar este argumento se apoyan en muchos testimonios de personas que tienen una profesión-vocación:

  • “Encontré mi lugar”,
  • “Mi vida tiene sentido”,
  • “Siempre se me ha dado bien …, ser … era obvio”

Pero, ¿qué sucede cuando no tenemos ningún talento o pasión particular que destaque sobre todos los demás? ¿Que no somos «llamados» de alguna manera, que no sentimos ninguna evidencia hasta las entrañas? ¿Extrañamos su vida? ¿Estamos en la caja de los eternos perdedores?

Y si sólo existieran estos testimonios…

Lamentablemente, la frustración se ha vuelto crónica porque constantemente algunos profesionales del bienestar animan en la web, en las redes sociales, a través de los periódicos, de forma directa y/o indirectamente a encontrar la indispensable vocación profesional.

Esta presión de los vendedores de bienestar se añade a la presión del entorno familiar y educativo. «¿Qué quieres hacer más tarde? «, » Qué te gusta hacer? «. Y si los padres o los abuelos ejercen una profesión-vocación, sucede que esta frustración se convierte en desesperación para sus descendientes.

Los empresarios o responsables de RRHH desconfían (todavía) mucho de los perfiles que van de un trabajo a otro, de un sector empresarial a otro. Así, no seguir una vocación, no querer encerrarse en un camino, se ve demasiado a menudo como un signo de inestabilidad.

Si vas de paseo por la ciudad, pásate a echar un vistazo en una librería, y apuesto a que entre los libros en lo alto de la estantería hay al menos un libro de desarrollo personal que te invita a encontrar tu camino sin más preámbulos.

En definitiva, la búsqueda de una vocación profesional está tan presente que crea una nueva forma de polarización de los estudiantes: por un lado, están aquéllos que han encontrado su vocación y por otro lado están todos los demás. A los primeros el sistema les pone en un pedestal como futuros competentes, valientes y están alineados con lo que los impulsa: esto los convierte en ejemplos a seguir. Los segundos son los que no han encontrado para lo que están hechos, los perdidos, los vagos que ni siquiera saben a qué van a dedicar su vida profesional.

¿Y los que deciden abandonar su camino hacia su vocación?

Muy a menudo, el círculo no los entiende: “¡Qué pena, tenías tanto talento! ¿Por qué cambiar y no esforzarte más?».

Estas reacciones pueden crear culpa en quienes se atreven a no seguir el camino de la vocación. Y esta culpa puede incluso crear mucho daño en la vida actual o futura del que elige la opción de abandonar su vocación por otros estudios u otra actividad profesional. Esta situación la ilustra muy bien el caso del alumno que obtuvo la mejor nota de corte en España en 2022, que eligió estudiar filosofía y que comentamos desde FUTUREO en este enlace.

Sin embargo, a diferencia de una vocación, el trabajo no sólo se detiene en las nociones de talento y pasión. Es un todo que engloba no sólo el “hacer” (es decir, el trabajo que uno ejerce), sino todo lo que lo rodea:

  • las relaciones que uno mantendrá con sus compañeros de trabajo
  • las relaciones que uno mantendrá con sus clientes o proveedores
  • las condiciones en las que se desarrollará
  • el entorno en el que se desarrollará
  • el equilibrio de vida que implicará
  • el salario que aportará…

Todas estas cosas contribuyen – ¡ellas también! – al desarrollo de una persona a través de su vida laboral.

Es obvio que es mejor que una persona se convierta en enfermera si su vocación es ayudar y cuidar a los demás, pero no hay ninguna garantía de que se realice de manera duradera. Puedo daros por lo menos un par de ejemplos de gente trabajando en el entorno médico que, después de algunos años, no siguen disfrutando para nada de su profesión-vocación.

Es posible que éstos tengan ganas de abandonar este trabajo porque el horario ya no se adapta a las limitaciones de su familia, porque ya no está en sintonía con la visión de la atención que se brinda en el hospital. O simplemente porque como ser complejo y múltiple, desea explorar nuevos horizontes y, por qué no, trabajar en otro campo.

Más allá de crear culpa, creo que el concepto de vocación en el sentido de “talento” puede llegar a comprometer, en algún momento, la empleabilidad de alguien.

Me explico: detrás de este concepto está la idea de estar encerrado en una especialización donde pones en práctica una habilidad principal. ¿Qué pasa si la profesión evoluciona o desaparece? En un momento en que cada vez más profesiones se digitalizan y luego se robotizan, ¿no es una pregunta que debe tomarse en serio?

Sí o sí, la forma en que ejercemos nuestras profesiones evolucionará siempre a lo largo de nuestra vida profesional.

Así, por ejemplo, el trazo de lápiz de un dibujante puede tener mucho menos peso que el dominio de los softwares gráficos y las herramientas de dibujo digital. Es un hecho, no nos queda más remedio que adaptarnos a estos cambios o incluso reinventarnos desarrollando nuevas habilidades para poder mantener nuestra empleabilidad.

Por eso, hay que ser conscientes de que una vocación tiene una vida útil limitada. Y obligarnos a encontrarla para vivir, pase lo que pase, el resto de nuestras vidas, no siempre es realista y puede ser hasta peligroso.

Afortunadamente, ante este mandato “de moda” que impera de vivir de una pasión o de un talento, los “resistentes” demuestran que es posible ser muy feliz en la vida profesional sin tener profesión-vocación. ¡Y hay muchos más de ellos de los que se comenta! Piensa un momento y mira a tu alrededor: ¿Cuántos no tienen vocación laboral y aun así están realizados y satisfechos? Muchos encuentran sentido a sus vidas al expresar sus talentos y lo que los impulsa… durante su tiempo libre, ¿verdad?

Yo iría aún más lejos. No hacer de tu vocación una profesión puede incluso resultar un acierto.

Imaginemos juntos a un señor apasionado por la historia y por la ciudad de Madrid. Siempre le ha gustado compartir en visitas guiadas el talento que tiene para interesar a neófitos que venían a descubrir la ciudad. Él podría haber ido por ese camino. Pero desempeña otro trabajo a lo mejor económicamente más seguro.

Hay que ser consciente de que seguir una vocación puede producir todo el efecto contrario al esperado: terminas disgustado simplemente porque la relación con la pasión cambia. Ya no se trata de entregarse a él de vez en cuando, sino todo el tiempo, y vivir de ello. Cuando se trata de una pasión o  de un «hobby», no hay estrés. Allí vamos a nuestro ritmo y la pasión es como una escapada en la que recargamos las pilas. Pero cuando se trata de convertirla en una actividad rentable, puede convertirse inmediatamente en algo más angustioso.

Entonces, no, ¡no siempre, tienes que tener una vocación y convertirla en un trabajo para sentirte bien con tu trabajo y tu vida! Si este concepto de vocación puede ser útil para algunos, ¡perfecto!, pero, creo que, para la gran mayoría de nosotros, puede ser una trampa seductora que nos impide vislumbrar la posibilidad de que existan otros caminos hacia la autoexpresión y la autorrealización!

La vocación también puede expresarse fuera del trabajo.

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